domingo, 12 de marzo de 2017

Llegada la noche.

Ella no había tenido un momento lúcido que le permitiera desbordarse, justificarse... Lo habría buscado en los horóscopos del domingo, tal vez en algún periódico de supermercado con promociones de barras de chocolate o helado, hasta en las apuestas absurdas de un partido de fútbol.

Pensaba que no lograría anestesiar con licor esa sensación de vacío; que el tiempo, con creces, devolvería cada peso pagado por los mililitros de elixir enajenante. Su objetivo, evitar sentir y desmoronarse, era preciso mantenerlo y seguir en pie, con la pupila dirigida al horizonte que sólo ella conocía. 

No quería ser la víctima, tampoco que la crueldad la mantuviera, el vacío la habitaba, ese desgano frente a la ternura de los demás la abrazaba.  No había dulzura, ni sonrisa, ni vendaval que pudiera lavar las cargas y las culpas. Se fue durmiendo en su propio llanto… se ahogó en sus argumentos.


Entonces, decidió construir un muro de contención que la rodeara y sólo abrir alguna compuerta cuando el silencio se hacía noche y su almohada pudiera escuchar sus quejas ya tan viejas y desusadas.

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