Ella no
había tenido un momento lúcido que le permitiera desbordarse, justificarse... Lo
habría buscado en los horóscopos del domingo, tal vez en algún periódico de
supermercado con promociones de barras de chocolate o helado, hasta en las
apuestas absurdas de un partido de fútbol.
Pensaba
que no lograría anestesiar con licor esa sensación de vacío; que el tiempo, con
creces, devolvería cada peso pagado por los mililitros de elixir enajenante. Su
objetivo, evitar sentir y desmoronarse, era preciso mantenerlo y seguir en pie,
con la pupila dirigida al horizonte que sólo ella conocía.
No quería
ser la víctima, tampoco que la crueldad la mantuviera, el vacío la habitaba, ese
desgano frente a la ternura de los demás la abrazaba. No había dulzura, ni sonrisa, ni vendaval que
pudiera lavar las cargas y las culpas. Se fue durmiendo en su propio llanto… se
ahogó en sus argumentos.
Entonces,
decidió construir un muro de contención que la rodeara y sólo abrir alguna
compuerta cuando el silencio se hacía noche y su almohada pudiera escuchar sus quejas
ya tan viejas y desusadas.